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SÓLO VOCAL

  |   En hores d'oficina, Elvira i Don Alberto

El despertador sonó más inoportuno que nunca. Don Alberto se incorporó interrogándose sobre su ser, su espacio, su tiempo… No sabía ni tan solo a qué especie pertenecía. Tardó varios segundos en centrarse. Era domingo. El avisador sonoro no se había equivocado. Era el día de las elecciones y Don Alberto había resultado elegido como vocal de mesa.
Se vistió lo más democráticamente posible y se apresuró a acudir a la cita a las ocho en punto. El colegio electoral era una vieja escuela del barrio que mantenía vivas las promesas de rehabilitación. Sólo las promesas ya que sus paredes, repletas de arte infantil, testimoniaban una larga historia. Al identificarse observó las prácticas de interiorismo que intentaban realizar algunos de sus compañeros. Las mesas infantiles se iban alineando paran crear un circuito lógico para el acceso a las urnas.
No pudo resistir la tentación de demostrar sus habilidades organizativas y aconsejó un cambio radical en la colocación del mobiliario. No en vano él era un directivo con experiencia en la conducción de equipos. Al presidente de mesa, un barbudo ecologista, no le hizo ni pizca de gracia la intervención de nuestro personaje. Por fin todos accedieron a sus peticiones y la composición del lugar quedó lista para el inicio de la sesión.
Ya estaba allí, ya que le había tocado ir, al menos aportar sus conocimientos. Se sentía satisfecho de que se le reconociera la autoridad en eso de la organización.
La gran afluencia de público llenaba de satisfacción y cansancio a los integrantes del equipo, incluida la fuerza pública que a medida que transcurrían las horas adoptaban una tendencia al reconocimiento a la autoridad de Don Alberto. Ante una sugerencia de éste un joven policía llegó a cuadrarse con leve golpe de talón. Era inevitable, al directivo se le des cubre con rapidez y las habilidades innatas, las características de liderazgo, trascienden a la propia voluntad.
Así las horas, nuestro directivo, listado en mano iba controlando todos los movimientos y supervisando la corriente circulatoria de los votantes.
Se acercaba el final de la jornada. Manos grasientas, rostros ojerosos y un ambiente de hacinamiento colegial insoportable. La hora de la verdad. El momento mas delicado. El recuento y el cuadre final. Mientras Don Alberto dibujaba en un papel la forma de mejorar el sistema de recuento para dar agilidad a este último trámite, notó un leve golpecito en su hombro.
– Elvira, ¿que hace usted aquí?
– He venido a controlarle, respondió en tono amable, soy interventora de un partido político
– Como… ¿usted de un partido?, nunca me había hablado de ello.
– El trabajo es el trabajo y lo demás nunca lo mezclo, ni con mi jefe preferido.
– Pero no será usted de los de…
– Sí Don Alberto pero ya me conoce, soy moderada. Sólo que desde siempre he simpatizado con… y mire, aquí estoy. Mañana hablaremos, ahora justo es el cierre y hay que proceder según la normativa.
– Bueno yo he pensado que lo haremos de forma distinta. Será más ágil.
– No, Don Alberto. No podemos hacerlo.
– Bien pues entonces es a él a quién corresponde dirigirlo. Hasta luego Don Alberto, lo siento pero hoy no trabajaremos a su manera. Espero que no me lo haga pagar mañana…

– No mujer, claro que no, que tonterías dice.
No estaba muy seguro de que fueran tonterías pero él, demócrata de toda la vida, sabría respetar las opiniones ajenas. De todas formas vaya tontería proceder al recuento con aquel sistema tan arcaico. Sólo utilizando un poco la cabeza podrían organizarse montoncitos agrupando tal y cual cosa… Seguía pensando que los hay que nacen para ser dirigidos. Y esto no podía cambiar jamás en ningún área. Las cosas son como son.
No lo tendría en cuenta, pero estaba muy cansado y con la dirección del barbudo ecologista les podían tocar las dos de la mañana.